- Vuelvo a la casa donde pasé mi infancia,
asusta. Entro y recorro las habitaciones, huele a humedad, las puertas tienen
gorgojo, las ratas se intimidan al escuchar mis pasos. Llego al patio de mis
juegos, imagino la golosa que dibujamos
con las tizas robadas del colegio. Toco los muros, que eran blancos, y veo las macetas de
geranios, hortensias y helechos que colgaba mi madre. Me sorprende ver todavía algunas huellas
marcadas con la escalera, me da
tristeza, la utilizábamos para ver a Firpo, el perro del
vecino. Se alborotaba con la algarabía del juego, subíamos a ver a ese gigante gris con manchas en todo el cuerpo,
vivía en un pasillo largo y angosto, lleno de matas y rosales secos con muchas espinas. Las
paredes tenían grietas y lama, el dueño solía
dejarlo abandonado y sin comida. Nos
daba miedo cuando saltaba y alcanzaba a tocar con las patas el borde del muro
que nos separaba. Nuestra
mascota ladraba también,
trepaba el primer peldaño
y caía, como un resorte se levantaba de nuevo a seguir ladrando. Compañeros
de juegos éramos los cuatro, aunque a veces pensaba que Firpo era un perro fantasma.
El último día que lo vimos nos hicieron bajar de la escalera, mi madre tenía las maletas listas. Mi padre abrió la puerta del auto y entramos mi hermano y yo. Nos llevaban a pasar vacaciones a casa de los abuelos. Era una casa esquinera demasiado grande para una niña de ocho años que se perdía en las inmensas alcobas, en los pasillos que llevaban a la cocina, a las huertas, a otra casa vacía, donde vivían fantasmas, eso decía la gente del pueblo.
El último día que lo vimos nos hicieron bajar de la escalera, mi madre tenía las maletas listas. Mi padre abrió la puerta del auto y entramos mi hermano y yo. Nos llevaban a pasar vacaciones a casa de los abuelos. Era una casa esquinera demasiado grande para una niña de ocho años que se perdía en las inmensas alcobas, en los pasillos que llevaban a la cocina, a las huertas, a otra casa vacía, donde vivían fantasmas, eso decía la gente del pueblo.
-
Van a disfrutar ya verán, van a
recoger manzanas, peras, moras, las fresas que tanto les gusta. Allí están
Nerón y Ágata, se sentirán
acompañados.
Mi padre trataba de consolarnos sin obtener una sílaba de
nosotros. Los abuelos huelen mal, las
tías sólo tejen y Eulalia está metida en
la cocina todo el tiempo, eran mis pensamientos y sé que los de mi hermano
también. Miro por la ventana el
paisaje, es bonito, mejor que el pasillo
donde vive Firpo, era la primera vez que sentía dolor, sabía que mis padres se iban a separar,
muchas veces los oí discutir.
Llegamos - dijo mi padre - Desperté a mi hermano con un beso en la frente y Nerón saltó sobre nosotros moviendo la cola, dándonos besos.
Llegamos - dijo mi padre - Desperté a mi hermano con un beso en la frente y Nerón saltó sobre nosotros moviendo la cola, dándonos besos.
-
Déjalos Nerón - gritó la abuela - No lo toquen -
L Los abuelos hablaron con mi padre un rato muy largo, nos
besó y se fue. No lloré, siempre fui fuerte. Las tías nos acomodaron
en las habitaciones. Comíamos a las seis, rezaban el rosario y nos acostábamos,
cuando ya estaban todos dormidos mi hermano pasaba temblando y se metía entre
las cobijas conmigo. Dormíamos
abrazados, veíamos fantasmas, sombras, escuchábamos ruidos, ahora me imagino
que eran los árboles que se movían.
Mi abuela sentada
en la mecedora nos veía jugar. Por encima de la gafas, nos miró, sonrió, dejó
el periódico a un lado y observó al perro. Levantó la mirada después de
acomodar los lentes y le hizo una seña al abuelo. Paró el juego y
llevó a Nerón al cuarto de los chécheres, no
podíamos entrar, mucho menos tocarlo, arañó la puerta, aulló, allí pasó
el resto de la tarde y toda la noche. Por la mañana salió del encierro, batió la cola con
desespero, me acerqué y le di un beso.
- ¡No
entiendes que no lo puedes tocar! - me gritó la abuela.
Corrí al cuarto y escuché a mis tías hablar. – Pobres niños se habían encariñado con el
perro, primero sus padres y ahora sacrificar a Nerón - Me fui deslizando y quedé sentada, llorando, sin que ellas se dieran cuenta. Miré
de un lado para otro, no había escondites, ni puertas secretas, debajo de la cama no podía esconderlo, Nerón
era muy grande.
Dejé que todos se durmieran, mi hermanito abrazó el oso y
quedo profundo. Mi abuelo había dejado
la puerta entreabierta, abracé a Nerón, lo llevé despacio y con cautela por el
pasillo, salimos en medio de la oscuridad. Corrimos hasta donde el cansancio
nos venció. Los pájaros comenzaron a trinar y me di cuenta que tenía que salir
de allí, caminamos por senderos, grutas, bosques y no supe por dónde seguir,
estábamos perdidos. Nerón estaba cansado, tenía sed y yo hambre, busqué en
el bolsillo, sólo tenía un caramelo, lo
partí en dos. Ya era de día, seguro nos estarán buscando,
pensé. Anochecía y no podía caminar más,
me recosté sobre Nerón y nos quedamos dormidos.
Nerón empezó a ladrar, abrí los ojos, el abuelo y los vecinos me miraban, él me tomó del brazo,
gritos y ladridos
se confundían.
- Corre
Nerón, vete, vete - Le
ordené.
Me dolía la cabeza, me sentía fatigada, la abuela
preocupada me cobijó en la cama de ella, me trajo a Flora, una muñeca de trapo,
la abracé y dormí toda la noche. La
envolví en telas, me enojaba con ella, la
sacudía cuando le preguntaba dónde estaba Nerón y no me respondía, le quitaba
los brazos de tanto torcerlos y mi abuela con paciencia los volvía a coser.
Sentada con la muñeca en el zaguán de la entrada sentí rasguños en la puerta, abrí y ahí estaba
sentado. El cansancio no lo dejó demostrar alegría, estaba sucio, olía a feo,
levantó la mano para saludar y lo llené
de abrazos y besos, sus paticas ya no soportaban caminar más, estaban
inflamadas, ensangrentadas tras caminar durante tres días buscando la casa.
- ¿Qué haces? ¡Sabes que no lo puedes tocar, quítate de ahí!- Gritó la abuela.
Nerón movió la
cola en espera de una caricia, había vuelto y ya nadie lo sacaría, estaba
en casa con su familia. Se echó en el zaguán, lamió las ampollas, durmió todo
el día, de vez en cuando alzaba la cabeza al sentirnos, batía la cola y su
mirada nos decía que muy pronto correría de nuevo con nosotros. La
ilusión duró poco, el médico insistió en sacrificarlo.
Grité y pateé, el
abuelo me tomó con rabia,
fue una lucha cuerpo a cuerpo, Nerón con el
veterinario y yo con el abuelo, lucha que terminó en rasguños, puños y llanto. El abuelo
lloró conmigo, escuché un lamento y cayó al suelo. No me importó y salí
detrás de la camioneta donde llevaban a Nerón. Más tarde vino la ambulancia a
llevarse al abuelo. ¡Es mi culpa! ¡Quiero morir con él!
Limpié mi
nariz con la falda de Flora y me senté en el zaguán, llorando en silencio, en el
mismo sitio donde mi amigo fiel esperó su última caricia, en el mismo sitio
donde el abuelo esperó mi última caricia.
Llevo muchos años culpándome, ahora vuelvo a la casa
donde pasé años maravillosos con una familia también maravillosa, la maleza
rodea la casa, recojo algunas vasijas tiradas, encuentro a Flora. No sé por qué
está allí en casa de mis padres, a lo mejor fue mi hermano quien la trajo. Le
doy un beso, entro a la cocina donde mi madre preparaba postres. Algo toca mi
pierna, asustada lanzo a Flora que cae en el hocico de una diminuta perra
manchada, otro va detrás y otro, la
madre asustada me mira con ojos de terror. La acaricio. - Nada va a pasar,
tranquila - Tengo una nueva familia
a quien cuidar.
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