La playa huele a sexo.
La brisa trae olor de Olimpo, aroma que envenena al joven dios de los
insectos. Despliega sus alas con desespero y choca contra las piedras,
retrocede, trata de volar. Está fuera de sí, no puede contenerse, su
apetito voraz lo lleva a la hembra, al otro lado de ese bálsamo. Céfiro
– viento del Oeste – aura de los enamorados, desliza sobre la arena una
de sus alas para que el joven trepe y lo conduce al Olimpo.
En la caverna Hera baila, baila al ritmo de la lira, lejos de los ojos de Zeus. No admite el adulterio, no se lo perdona a su esposo, ni a nadie, pero el joven dios de los insectos, hermoso, fuerte, la hará caer por primera y única vez en él. Céfiro deposita al insecto a los pies de la diosa y con un dulce soplo la transforma. De su espalda salen dos pequeñas alas, su piel se torna oscura y sus piernas se multiplican para seguir la danza y el canto con un siseo anhelante para que con caricias la posea.
Cierran los ojos. Besos largos, piernas
entrelazadas, juegos de alas y suspiros hacen doblegar a Hera ante el
amor de su nuevo dios. Beben el elixir que mutuamente se ofrecen. La
sangre hierve en sus genitales y su explosión desencadenada de placer
impregna las paredes de la caverna. Ella monta sobre él y aliado con
el viento retorna a la playa llevando a Hera en su espalda. Las alas del
joven se despliegan con una dulce obscenidad.
Zeus la busca debajo de cada piedra,
enfurecido oye jadear a su diosa en la playa, su respiración lo llama.
La encuentra, alucinada, húmeda, gozada. Su dios ya no está. Zeus
termina el juego con cólera y como un dios brioso, la monta, la penetra
por entre el flujo del otro dios. Hera se desprende, vuela y mientras
se eleva ve con terror a Zeus sodomizando al joven dios de los insectos.
Hera siente
los dolores de parto, sus quejidos se escuchan más allá del Olimpo.
Entre sus muslos se vierte un fluido blanco, espeso, por el que avanzan
filamentos negros y peludos con espinas, que la rasgan a medida que
salen. Las comadronas olímpicas jamás habían visto sangre blanca ni
aleteos en un vientre, algo oscuro se mueve y sale mientras la piel se
desgarra. La divina sangre ilumina el lecho. Abre sus piernas
permitiendo al soplo divino del viento entrar a su vientre, para que
termine de salir una magnánima cucaracha del tamaño de un dios. Cesa el
dolor. Céfiro sonríe y mira a Hera -Es bello como el padre- pero tiene los ojos de Zeus.
El parto despertó en Hera los celos. La
venganza la invade, no resiste a las ninfas, ni siquiera permite un
roce entre las hijas y el padre, ni a sus hijos, desde que nació Rach
los odia y los repudia.
¿Por qué no está Rach con ustedes? – Di la orden de enseñarle el arte de la cacería.
¿Qué quieres madre? -dice Ares - ¿Cuál es tu afán de que el adefesio se adiestre?
Hera mira a cada uno de sus hijos y se va con Rach al norte.
- Madre sabes que el norte me hace daño, no puedo vivir allí, hace mucho frío.
- Estarás mejor, nada te hará falta.
Rach no es bienvenido y su corazón lo resiente. Las Harpías se cuidan de darle todo para evitar la furia de Hera.
Llega la primavera y con ella las fiestas
a Baco, el nuevo vino es bebido por dioses y mortales, niños y mujeres
que incitan a los hombres. Los sátiros sirven grandes vasos del líquido y
aprovechan para seducir a las frenéticas mujeres y a los hombres
ebrios que se les acercan.
Ares y sus hermanos llegan al festín, no
reconocen a su madre, la ven como a una ménade más, sus ojos tienen un
brillo engendrado en el ardor. Todos la agreden, desgarran su túnica y
la poseen. No satisfechos, prometen a Baco su sacrificio como ofrenda
para la cosecha del año siguiente. Ares la decapita después de
maldecirla por última vez. La despedazan y depositan sus partes en una
tinaja.
Rach aturdido por el vino, ve rodar la
cabeza de su madre. El norte hace brotar su ira, toma la cabeza, la
coloca sobre su espalda. Pequeñas raíces salen y se adhieren al lomo,
Rach siente endurecer el cuerpo, su piel va cayendo y otra aparece,
siente dolor, ruge, brama, como la bestia de los tiempos, que se acerca
al Olimpo.
Zeus en lo más alto del
agreste monte observa la venganza de Rach. Divisa toda Grecia y ve una
gigantesca ola que avanza desde el norte, por el sur, por el este y el
oeste, negra, colosal, de alas y antenas. Se acerca y va sacando
lamentos a la tierra que arrasa y fecunda, mientras el ejército recién
nacido de nuevos dioses ataca. El ejército de Rach. Las lanzas nada
pueden contra él, al cortar sus cabezas los cuerpos siguen caminando
amenazantes.
El indefenso y débil hermano se ha
convertido en un gigantesco monstruo que heredó de su ancestro, el
placer de comerse a sus hijos. Rach devora a sus hermanos. Los dioses
tienen miedo, no escaparán durante las siguientes mil generaciones, del
hijo que una vez salió del vientre de Hera y hoy está al mando de los
ejércitos alados.
Las Harpías producen vientos, los
mortales huyen y mueren pisoteados. Los excrementos del ejército cubren
la tierra donde se van hundiendo los dioses y los mortales que
sobreviven al caos.
Zeus lanza un rayo que hace
tambalear a Rach, cae. Zeus lo levanta dispuesto a arrojarlo al mar.
Pero Rach mueve las alas y lo envuelve mientras su ejército lo rodea,
legiones trepan por las piernas, masticándole la piel. El gran dios del
Olimpo se va perdiendo entre las mordeduras. La sangre baña la tierra y
la fertiliza.
Se oye el suspiro de la diosa, su hijo ha vencido por siempre, por toda la eternidad.
… y caminará sobre la tierra por los siglos de los siglos.
Tremendo cuento, Mareña. Me encantó con todo y sorpresitas.
ResponderEliminarLa frase "dulce obscenidad" me pareció buenísima.
Gracias querida, me siento complacida con tu cmentario
EliminarEl cuento es tremendo, un mito que justifica la antiquísima historia y el predominio actual de las temidas cucarachas, por lo menos en nuestras grandes urbes. Hera sigue siendo una madre vengativa y de hijos repugnantes, le fue mejor con Hefestos, bueno Rach fue más eficaz eliminando el panteón patriarcal. Salud!
ResponderEliminarSalud querido Alfredo! y gracias por tus comentarios como siempre tan acertados.
ResponderEliminarUn increíble cuento que no da descanso a las emociones. Es brutal, lúbrico, sanguinario y despiadado, tal como podría esperarse de las pasiones olímpicas. Un digno sucesor de la fascinante mitología griega.
ResponderEliminarMuchas gracias Cristian y doble gracias por tener tiempo para leer a una compañera tuya que sigue aprendiendo
EliminarQue bello trato del momento erótico y que imágenes tan poderosas, tan desgarradoras.
ResponderEliminarGracias Lupe fue mi primer texto en el taller y vieras todo lo que sufrí para llegar a este
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