Luis abre los ojos, bosteza y una
flatulencia se esparce por el cuarto. La señora Poveda sentada en el sillón
hace un gesto de desagrado y sigue mirando las estrellas a través de los
árboles que tocan la ventana. La oscuridad envuelve la casa, faltan pocas horas
para el amanecer pero los peones ya llevan media jornada de trabajo, ordeñan
las vacas y las mujeres pilan el maíz. Luis
Poveda un hombre que se acostó peón y se levantó patrón, manipulador y sagaz
tenía dos ambiciones: poseer a la hija de Antonio Reyes dueño de la hacienda
donde trabajaba y ser el dueño de esa hacienda.
__ Venga.
__ No
quiero, Luis
__ ¿Desde
cuándo las mujeres le dicen no al marido?
__ No
quiero, no me siento bien.
Poveda toma del brazo a su mujer, le
rasga el camisón, babea sobre los senos todavía erguidos y con brusquedad la
tiende. El encuentro dura poco, don Luis sólo quiere demostrar su poder, pese a
que ella es la dueña de la casa y las
tierras.
Apoyado en el marco de la puerta, le
pide a gritos a Ubaldina que le traiga el desayuno. La señora Poveda tiene los
ojos húmedos, saca de la cómoda una bata limpia y se la pone. – Yo voy a la
cocina, vuelvo enseguida con el desayuno
– don Luis no se molesta en responder.
Ubaldina saluda a la señora Poveda, se
mueve con rapidez y sirve chocolate caliente, pan recién horneado y queso,
vuelve con la misma rapidez a los trastos. La señora agradece el desayuno,
observa a la cocinera, no recuerda
cuándo llegó a la casa, sólo sabe que un día su padre llegó con ella y dejó a la
señora Reyes en un llanto inacabable que duró una noche. Sin llegar el
amanecer, la señora Reyes hizo levantar a la recién llegada y la obligó a fregar el piso hasta que sus rodillas
sangraron. Así comenzó una amistad entre la niña de la casa y la fregona, se
convirtieron en las mejores amigas de juegos y de confidencias, las dos heredaron
del padre los ojos color miel. En la adolescencia
cada una tomó un rumbo diferente, la niña se fue al mejor colegio de la ciudad
y Ubaldina se fue a vivir a una choza. De adultas apenas se saludan, las
confidencias y los juegos de niñas se quemaron entre el carbón de la estufa
donde Ubaldina cocina a veces, contratada por la señora Poveda.
Acompañada de libros y recuerdos la
madre reúne a los niños bajo un manzano,
es el único momento de gozo, cuando la soledad no le carcome el alma. Lee para
sus retoños, les cuenta historias y les muestra el horizonte. Les enseña a amar
la naturaleza, a los animales y al padre, aunque ellos no sienten nada por él,
ella les inculca respeto y admiración.
Nadie se lamenta de una
larga descendencia cuando todos los hijos tienen buena presencia, son hermosos
y bien desarrollados; más si alguno resulta enclenque o silencioso, de él se
burlan, lo engañan y se ve despreciado. A veces, sin embargo, será este Moscoso
el que a la familia ha de colmar de agrados (Charles Perrault)
Terminada la lectura, los niños pensaron
que leía para ella, su voz apagada parece
que guardara un secreto, llora, los mira, da un salto y sale corriendo.
__ ¡Vamos a la cocina, Clementina está
haciendo panelitas de leche, a ver quién llega primero!
Corre delante de los chicos. La
vieja Clementina ríe al verlos llegar y arrasar
con la bandeja.
__
Doña, la marrana está dando a luz, lleva
cinco crías.
__ Corre,
lleva a los niños, tienen que verla.
Las crías amontonadas chillan, siete
cerdos blancos y uno marrón, el cerdo marrón deja de hacerlo, la marrana lo huele,
gruñe y de un mordisco arranca parte de la cola, los niños gritan y se agarran
de las enaguas de Clementina, les acaricia la cabeza.
__ Está muerto, pero la naturaleza es
sabía, la madre tiene que comérselo.
Después de gritos, patadas y arrebatos,
logran que la señora Poveda saque de la pocilga al cerdito, lo lleva entre
trapos a la cocina y Ubaldina le da respiración, brebajes y lo cura. A partir
de ese día se convierte en el compañero
de juegos de los niños.
Ubaldina fuma, deja caer las cenizas
sobre un papel con un nombre escrito, sopla una vela sin apagarla y reza en un
lenguaje extraño, hace la señal de la cruz, con la mano izquierda toma el
papel, lo quema, recoge las cenizas, en un frasco guarda un poco y en otro
guarda el resto junto a hierbas secas. Deja
una porción aparte y lo mezcla con la sopa que hierve sobre el fogón.
La señora Poveda se siente cada vez más
decaída, no recorre los pasillos, los niños le reclaman la lectura, los juegos
y el esposo le reclama atenciones de
cama.
Llueve, la habitación de los señores
Poveda huele a muerto. Luis camina por el cuarto, lleva seis días sin afeitar,
se asoma a la ventana y vuelve a mirar a
la señora.
- __Lo supe desde siempre, Luis, esperaba
que los bultos no hablaran pero el viento me llevaba tus gemidos y los gritos
de Ubaldina, lo supe desde siempre. Y escupió
por última vez a Poveda.
El calor hace insoportable el camino al
cementerio, el polvo se levanta con el paso de los caballos y es llevado con el
viento a los rostros de los que vienen a pie detrás del féretro.
Luis Poveda va delante de la comitiva,
lleva camisa y pantalón negros, la ruana terciada sobre el hombro izquierdo. El
ala del sombrero tapa la mirada sombría que lleva, nadie se atreve a hablarle.
Va con la cabeza gacha como su caballo. Bordean el río hasta el pueblo, el
padre Alfredo los espera en el atrio de la parroquia con los monaguillos y las
ancianas que lloran la pérdida de un alma tan joven que el Señor se llevó.
Poveda resopla como su caballo, Ubaldina
se acerca, permanece inmóvil junto al patrón, sacude la falda y se limpia la
cara con un pañuelo sucio.
__Deme algo de tomar, vengo sediento.
__¡Genaro!
¿No escuchó? Traiga rápido la chicha para el patrón, falta que le hace al
pobre.
A Genaro no le importa los gritos de
la madre, la melancolía está metida en el pequeño cuerpo, la imagen de la señora Poveda en el cajón y los niños llorando junto, hace que los
zapatos le aprieten aún más.
__ ¿Señor qué va a ser ahora que la
señora ha muerto?
__ Tenemos que esperar un poco más.
Ubaldina no puede esperar más, mira
con recelo cómo las otras sirvientas atienden con esmero al patrón ahora que es
viudo.
__ ¿Esperar, qué? Yo soy la dueña de todo, recuerde que soy hija de
Antonio Reyes y la ley del campo dice que debe tomar por esposa a la hermana de
la difunta.
__
No me molestes con esos cuentos Ubaldina, yo sabré en qué momento te convierto
en esposa.
La hacienda no es la misma con la
llegada de la nueva dueña. La vajilla inglesa se reemplaza por ollas y cuencos
de barro, los pisos no relucen, los gritos retumban por todas partes, las peleas
obligan a los niños a esconderse, Genaro los consuela, tiene ahora una familia,
vestido dominguero y zapatos que aprietan. Los Poveda miran con recelo al nuevo
hermano, que se fue desvaneciendo con las historias de fantasmas que les cuenta
en las noches: la patasola, la llorona y el jinete sin cabeza. Genaro, dicen, es
hijo del patrón, otros, que es hijo del padrecito cuando ella por amor al
Divino Niño, servía al párroco.
El atardecer cobija la casa de los
Poveda, los niños corren con la muerte
amarrada a una cuerda. Las libélulas y los cucarrones huyen ante los tres
hermanos y Genaro. Pablo, el mayor, caza un insecto, rodea el cuerpo con la
cuerda y lo hace girar con tanta fuerza que el zumbido del animal se escucha en
la casa, Ubaldina pide a gritos compasión por el insecto mientras corta el
pescuezo de una gallina.
__
No eres nuestra madre - rezonga Pablo.
__ Es una bruja - dicen los otros.
Genaro agacha la cabeza. Sin alzar
la vista levanta la mano y los invita a seguir al enemigo.
__ ¡Están detrás de la colina, vamos
a acabar con ellos!
Disfrazan con sábanas al cerdo
marrón y tras golpearlo con una vara salen corriendo despavoridos. Cleotilde la
mujer del mayordomo los mira, hace la señal de la cruz y sale en busca del señor Poveda.
__ Patrón, el Genaro
no está bautizao y eso trae los demonios a esta casa, él
sólo habla de cosas raras y eso es mal ejemplo
pa los pelaos.
Poveda conversa con el párroco y
obliga a Genaro a asistir a las charlas con el padre Alfredo, no le gusta la
iglesia, ni las caricias que el padrecito le ofrece, sólo lo motiva la fiesta
que van a dar en su honor, aunque tenga que llamarse en adelante José del
Carmen.
__ Vengan chinos, hoy mataremos el
mejor cerdo para honrar al padre Alfredo que viene a bautizar al Genaro.
Los hermanos se acercan a la
piedra de amolar disgustados, quieren
jugar no trabajar, don Luis afila el cuchillo con rapidez.
__ Aprendan, chinos, aprendan a afilar un cuchillo.
En fila toman camino al campo. Desde la colina ven a los
ayudantes amarrar al cerdo marrón, los hermanos se entristecen al escuchar a su
fantasma chillar, en silencio observan a uno de los peones tomar las patas
delanteras atadas, otro agarra las
traseras, don Luis levanta el cuchillo, brilla,
alcanza a cegar a Pablo, los hermanos cierran los ojos. Padre
y peones ríen al verlos salpicados de sangre y brindan con cerveza.
Todos se van, los hermanos quedan. Pablo toma el cuchillo y las cuerdas que
dejaron.
__ Ya no
tendremos un fantasma con quien jugar.
Acongojados atraviesan el prado,
llegan al río, se quitan los zapatos y caminan por la orilla, chapoteando,
pisan los renacuajos y las hierbas se enredan en los dedos. Lanzan piedras y
miran cómo sus siluetas se deforman con los círculos. El cielo brilla y las
gotas se iluminan. Pablo sonríe, tenemos un fantasma.
__ ¿Jugamos a matar al cerdo?
Trepa al árbol donde
la madre les leía y elige una rama resistente,
tira la cuerda sobre ella, los hermanos toman un extremo y atan de pies y manos
a Genaro. Pablo desciende y con el extremo libre de la cuerda comienzan a subir
a Genaro, pasan la cuerda alrededor del tronco para inmovilizarlo. Genaro ríe,
la aventura le gusta, los incita a bailar alrededor del árbol, cómo han visto muchas veces que
Ubaldina lo hace. El hermano menor le da
un golpe en la cabeza como les enseñó el peón, Pablo levanta el cuchillo,
asesta una puñalada a Genaro en medio del pecho, otra bajo el cuello y una
última que llega hasta los pulmones, como les enseñó el padre. La sangre brota
a borbotones.
Los hermanos ríen y brindan al verse
salpicados de sangre.
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