Miro a Daniel de reojo y no percibo nada que me diga que está confundido, me invaden sentimientos contradictorios y la tristeza de haber perdido el amor, tal vez lo siga amando, no lo sé. Daniel calla, siempre calla, ni siquiera un: Fiorella lo siento, Fiorella, te quiero.
La
custodia de nuestro hijo es mía, igual la casa, la finca es herencia de mi
madre, tengo mi auto, mi cuenta, mis tarjetas, tengo todo solucionado. Mi
trabajo es estimulante y me pagan bien. Daniel no hará falta, cuando quiera
estar con alguien, un rato, llamo a una agencia. Ahora lo primero es mi hijo,
nunca traeré a alguien aquí, lo tengo claro.
Toni
ha empezado a resentir la ausencia de Daniel. No quiere jugar con el gato de la
señora Magda, no sale al jardín comunitario, prefiere quedarse en casa.
¿Recuerdas la torta de manzana con canela que preparaba la abuela? Tú y yo
vamos a cocinarla, te enseñaré los trucos de tu Nona. Tú traes las manzanas y
me ayudas a lavarlas, sacas la leche de la nevera, mides dos tazas de harina, y
luego entre los dos la haremos y la ponemos al horno, y entonces te daré una
sorpresa.
¿Qué?
Todavía
no, es una sorpresa.
Hablamos
de la comida del pueblo del abuelo, del colegio y del papá. Y después, cuando
pidió la sorpresa, le dije: iremos al mar. Y por primera vez desde que se fue
Daniel le vi brillar los ojos con luz de verdad. ¿Iremos con papá? Iremos
los dos, te gustará montar en un avión y le pediremos al capitán que te muestre
la cabina, y luego en un barco iremos a la isla, recogeremos conchas, haremos
castillos, comeremos cosas deliciosas, daremos paseos, iremos de compras. Y su
risa y la mía fueron bálsamo.
¡Ya
mamá, bajemos a la playa!
Hijo
con calma, desempaquemos y ahora bajamos.
¿Puedo
llevar la pelotita que me regaló mi papá?
Claro
que puedes
¡No
te acerques tanto al agua Toni, quédate donde yo te vea! Me apliqué
bronceador y preferí no quitarme la pulsera que Daniel me trajo de la India, me
gusta llevarla, tiene piedras preciosas y muchos dijes. El mar, la brisa, la
vegetación, las blancas playas, me llenan de espíritu. Disfruto entre extraños,
y gozo entregándome a él. Habíamos encontrado la playa perfecta, como a
cuadra larga del hotel, rodeada de una vegetación tupida y en la punta una
formación rocosa llena de cráteres por donde salían cangrejos pequeños.
Todos van a buscar paz, quiero que mis malos pensamientos se los lleve el
viento y el agua. Pedir que bajen un coco y beber su agua con un
poco de vodka y tequila…los jugos naturales y las frutas que se ofrecen en
grandes canastos a la salida del comedor. Toni llena las cubetas con arena
y va haciendo una fila larga de montones alineados, espero que no llegue una
ola y se los desbarate. No me deja abandonarme a la modorra, necesito tenerlo a
la vista, pero cierro los ojos y un grito sordo me saca del letargo caluroso.
—
¡Mamaaaaá mira lo que escribí! ¡Ven rápido antes que el agua lo borre!
—
Oh, lindo, escribiste mamá… no te hagas tan cerca del agua, una ola te
puede hacer caer.
Me
uno al juego de escribir palabras en la arena, palabras que no sabe escribir y
que las dibuja, mamá, papá, y dice esta es la de papá. Corazones y
figuras caprichosas que vamos haciendo sobre la fina y húmeda arena que apenas
alcanzamos a hacer, antes que el agua las disuelva. Luego jugamos a tiranos la
pelotita, corremos a lo largo de la playa, corro tras él y luego él, grita con
el nerviosismo de la alegría, con festivo desespero, lo traigo de vuelta y él
suspira. Le doy un abrazo y le propongo buscar los tesoros que el mar arroja a
la playa, recogemos conchas y piedras.
Cansados
subimos a la habitación y Toni guarda su tesoro en el morral.
Llevamos
dos días, recorriendo la playa, viendo cangrejos pegados a las rocas, gaviotas
que persiguen los pesqueros, pelícanos que asustan a Toni, corre y yo lo sigo,
y así hasta el atardecer, nos detenemos a ver los colores del cielo. Se queda
callado con su pelotita en la mano y pregunta. ¿Nunca más veremos a papá? Le
doy un beso. Claro que sí, cariño, lo podrás ver cuando quieras y caminamos en
dirección al hotel.
Al
abrir la puerta de la habitación percibimos un olor desagradable, le pido a
Toni que no entre, el olor me trajo el recuerdo del día que encontré
a mi hermano muerto por sobredosis. El olor viene del morral de Toni, las
pequeñas almejas han muerto.
“Por
motivo de las condiciones meteorológicas, las autoridades
han cerrado la playa, tan pronto cese la lluvia abriremos para su
disfrute. Teniendo en cuenta lo anterior favor abstenerse de acercarse a los
acantilados o escarpados, mantenerse fuera del agua. Las tormentas arrastran
residuos que pueden ocasionar lesiones. Por ahora y hasta nueva orden la
recomendación es no ingresar al mar”
— ¿Qué
lees, mamá?
— La
lluvia nos arruinó el plan. Vamos al centro comercial y no lleves la pelota.
Cuando
llegamos al primer piso miro su bolsillo y veo en su pantaloneta la pelota.
— Te
dije que no la trajeras.
— Pero
no pasa nada.
— Toni,
ven pásamela…la guardo en el bolso.
Al
día siguiente el hotel quitó la cinta amarilla y permitió el ingreso
a la playa. Nos situamos en la misma playita de todos los días, cerca de un
conjunto de rocas sinuosas y escarpadas que de lejos parece una esponja negra.
Toni comenzó la labor de hacer conos con el balde, formando una hilera, el mar
todavía estaba agitado, las olas chocaban fuertes en los arrecifes y el viento
quería despeinar las palmeras. Pensé que lo mejor era regresar, subir a la
habitación y vestirnos para ir a dar un paseo.
¡Mamá!
¡Mamá! ¡Mi pelotita se quedó en esas rocas! ¡No te preocupes, ya te la saco! Me
acerqué a las rocas, multitud de pequeños cráteres, e introduje la mano en el
lugar que me indicó, parecía una grieta menos profunda de lo que se veía a
primera vista, al fondo alcancé a tocarla, con fuerza intenté
agarrarla para traerla de salida, pero cuando quise regresar la pulsera quedó aprisionada.
Volví a hundir la mano, la giré en todos los sentidos, pero era como
si las rocas la hubieran tragado, mientras tanto la marea subía con
inquietud. Hice todos los esfuerzos posibles por liberarla, pero lo único que
conseguí fue hacerme daño, el esfuerzo la había maltratado, estaba herida,
inflamada. A pesar de que quise conservar la calma, un miedo súbito se apoderó
de mi alma, alcancé a pensar, ¿y si no puedo sacarla? El cielo cambia de color
y Toni llora junto a mí.
—
Tranquilo Toni, quédate bien agarrado, todo va a estar bien.
La tormenta se acerca, el intento desesperado por sacar la mano hizo que
se hinchara, la piedra me lacera, la hinchazón y la pulsera apenas me dejan
moverla, sangra, intento sacarla a pesar del dolor. La marea sube muy rápido,
estamos en la punta de la formación rocosa que sobresale a la playa. Le suplico
a Toni que regrese al hotel a buscar ayuda, pero él no se mueve del susto, no
puede abandonarme, dice que tiene miedo y se aferra con firmeza a mi mano
libre, con la misma fuerza con que intento liberar la derecha. Grito,
pido auxilio, grito, grito con más fuerza, nadie me escucha. La marea sube como si el mar tuviera
urgencia en tragarnos, las olas casi nos cubren, nos salpican a la cara, hasta
que una de ellas de un zarpazo nos separa, su mano se me va, me arrebata
a mi pequeño. ¡Toni!, ¡Toni!, vuelvo a gritar con un terror cortante que me
sale de las tripas y me obliga en un último esfuerzo, a triturar los huesos,
los músculos y los tendones. La pulsera se rompe y cae.
Fiorella
corre detrás de Toni, ciega de terror, las olas grandes se le resisten, toma
agua, se ahoga y sale, vuelve a gritar. ¡Toni, Toni! y vuelve a ser rechazada
sin remedio. ¡Toni, Toni! continúa gritando con la última desesperación que le
queda, ¡voy por ti! ¡te traeré…!
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