Las dos guerras
Tomás,
Rafael y Antonio, se sientan en las escalinatas de la iglesia. La bruma se
disipa y deja ver a los campesinos bajando de los caballos. Las mujeres
organizan los canastos con huevos, queso, frutas y verduras para la venta en la
plaza mayor.
─ No es justo luchar en una guerra que no nos
corresponde, dejar a nuestras mujeres, hijos, a la familia entera.
─ ¿Que no es justo? ¡Claro que sí Tomás! Si no paramos
al enemigo, acabaremos en la ruina y más jodidos de lo que estamos.
─ Antonio, no estoy de acuerdo, no deseo ir a
combatir. ¿A combatir con quién? ¿Con nosotros mismos? Yo voy porque mi padre
me lo exige y quiere un país digno según él.
─ Tomás tu padre tiene razón, la guerra servirá para
darle a nuestros hijos un sitio mejor.
─ No lo creo Rafa.
Rafael
bota el cigarrillo y un chiquillo lo recoge, desaparece entre la algarabía del
pueblo. Rafa lo mira alejarse, se quita la ruana, la extiende en el suelo y se
recuesta sobre ella.
─ Te apoyo Tomás, no deseo ir a una guerra que nada
bueno nos traerá, miren ese chiquillo, apenas tendrá 10 años y es huérfano, su
padre estuvo con el ejército y la madre se enloqueció al saber que los rebeldes
lo habían matado. No quiero eso para mis hijos y por eso apoyo la guerra, más
no quiero ir. Tengo miedo. Cierra los ojos y los abre al sentir que Antonio le toca el hombro.
─ Vamos hombre es hora de irnos.
Tomás, Antonio y Rafael descienden con lentitud, en
silencio por la ladera de la colina.
La
guerra de Tomás Rufino
Hay calma, hasta la vegetación
está en silencio, Rafa, Antonio y yo estamos refugiados entre las raíces de un
árbol y una trinchera cerca al pantano. Tenemos dos guerras, la del país y la
de los animales, nos alojamos en el fango de su reino. Entre las hojas,
unos ojos nos observan, el enemigo puede atacar en cualquier momento, estamos
tranquilos pero con cada estallido, la tierra tiembla.
Me queda un trozo de lápiz con el
que te escribo. El cabo Guerrero tratará de llevar las cartas, si no muere. Te
extraño ¿El bebé ya dice papá? Tu foto la llevo siempre, lloro al verte, te
beso, beso tu frente, tu cabello, cierro los ojos y traigo esos momentos
nuestros, busco tus labios, los acaricio, los beso, te toco y gimes conmigo.
El barro come mis piernas, tiene
hambre de ellas y me cuesta trabajo salir, los hoyos se llenan de los aguaceros
que caen estos últimos días. No tenemos comida suficiente, las raíces del árbol
nos las comimos, tomamos agua que recogemos de la lluvia y de noche salimos a
cazar cualquier animal que se mueva.
La guerra avanza y se vuelve cada
vez más cruel, queremos volver a casa. El cabo no ha vuelto, no sé si recibiste
mi carta. Trazo la raya 365 y dibujo el segundo círculo. Un año defendiendo
pueblos, combatiendo al enemigo, otro año entre el lodo y sacos podridos que
sirven de parapeto a nuestro refugio, no queremos saber si ganan liberales o
conservadores, estamos hastiados, el patriotismo se fue al traste, nos
preguntamos si valió la pena esta lucha, ver a nuestros amigos y enemigos,
regados por todas partes, escuchar los quejidos sin recibir ayuda y soportar el
olor que envuelve el campo.
El capitán dejó la trinchera. El
trozo de lápiz se humedeció, me cuesta escribir y me cuesta respirar, siento
brisa sobre mi nuca, es caliente, trae un olor fétido. Una sombra se acerca a
mi mejilla, me acecha, huele al viento, me roza, la tierra tiembla, carnívoros
poderosos, uno frente al otro, quietos, con la mirada fija listos a dar el
primer zarpazo.
Es un tigre, mueve la cabeza
hacia atrás y con fuerza ataca a un enorme oso de anteojos. Luchan con fuerza
y caen sobre nuestro refugio, logro salir de la trinchera y me uno a los
compañeros, dispersos salimos de allí, escalamos la montaña, llueve y es
difícil el ascenso, ya en la cima vemos un posible refugio, algas y musgo
rodean la entrada a una cueva. Nos acercamos con recelo, escuchamos movimientos
en el fondo de la oscuridad. Retrocedemos, con cautela doy la orden de
lanzarnos al suelo, listos a disparar pero mi cantimplora cae y el ruido atrae
a los que están adentro. Disparan y respondemos. La luz de la pólvora nos
enceguece, hay cruce de balas, el hambre y el frío nos motivan para acabar de
una vez por todas al grupo que nos ataca, vemos sombras caer, escuchamos lamentos.
El fuego cesa por
un momento y frente a mí veo al enemigo, tiene el mismo uniforme que llevo,
quedamos quietos en medio de los caídos, nos abrazamos y la tormenta se une a
nuestro llanto.
La pradera y el pantano están
solitarios, el calor es intenso y llueve mucho, algunas hierbas me dieron
alergia, no soporto la comezón, no puedo más, no sé qué pasó con Antonio y con
Rafa. Los osos y los jabalíes me rodean, es difícil bajar la colina, la lluvia
ha mermado y el sol empieza a hacer estragos, la montaña está blanda y se
desprende. Con esfuerzo llego a la trinchera, sólo hay barro y esqueletos,
busco comida, algo que me ayude, hallé un pedazo de pan duro y cigarrillos, no
sé cómo los encenderé. Pasan los días, aún espero órdenes, la humedad es
constante, tengo escalofrío.
Mis compañeros murieron, ya no
siento las piernas, me duele la cabeza, sé que estoy muriendo, Dios si existes
cuida a mi hijo, que sepa que Tomás Rufino fue un héroe de guerra y lo abandoné
para que tuviera un país donde vivir con tranquilidad. Te veo en mis sueños
Carmen, me duele, madre espérame, ya voy a saludarte, dile a mi padre que fui
desdichado en esta su guerra, maldigo al país y lo maldigo a él por obligarme a
cumplir con un sagrado deber. ¡Llegaste Carmen! ¡No te puedo alcanzar!
¿Por qué no me abrazas? El trozo
de lápiz se acabó, estoy solo.
La guerra de Rafael
Poveda
No sé
qué pasó con Tomás y con Antonio, nos dispersamos buscando salidas y no veo a
ninguno de los otros compañeros, ni siquiera al enemigo. ¡Llegaste
Mercedes! ¡No te puedo tocar! cuida a mis hijas, va a ser difícil hacerlo
sola, todos estamos muriendo. Dile al abuelo que la guerra no fue
suficiente.
Clímaco y su hijo aran la
parcela, remueven la greda y dejan listo el terreno. Cada hilera es
revisada para que no queden rastrojos de las cosechas anteriores. A golpes
Rogelio lanza las semillas del maíz a los surcos. Mira a unos metros donde la
vereda baja.
─ Pa´mire!
─ Es un soldao mijo, parece que
respira, llevémoslo a la casa que la Bertilda lo cuidará. Sabrá Dios si el
pobre hombre supo que la guerra terminó hace un año.
Bertilda se esmera en cuidarlo,
le recuerda al hijo mayor, muerto en la guerra. Día tras día le lleva caldos,
con paciencia y una cuchara introduce sopa de pollo, levanta la quijada
de Rafa y hace que trague el alimento. Le habla sin que Rafa responda. Madruga
a las labores cotidianas y después de ayudar en la siembra, se sienta a coser
junto a la cama del moribundo. Toma un libro viejo, pasa hoja por hoja. ─ Me gustaría leerle pero no sé hacerlo, nunca
fui a la escuela y el viejo Clímaco nunca quiso enseñarme. ─ Sabe que no le
responderá, le gusta que no hable, se siente escuchada.
─ Pa´este hombre ya está muerto,
lleva meses sin hablar, ni moverse, devolvámoslo pa´l monte otra vez, que sirva
de comida pa´las fieras.
─ Cállese mijo, no diga eso que
el santísimo lo castiga, no ve que sigue respirando. Déjelo ahí que no le
estorba.
Bertilda sigue hablando con el
moribundo mientras le da la sopa ─ Si
algún día vusté me habla, le hago novena a la virgencita, pero no sé leer, a lo
mejor nunca me hablará y tenemos que hacer lo que Rogelio quiere, lanzarlo a
las fieras.
─ Ya he estado ahí, le responde
Rafa tosiendo.
Bertilda grita y sale corriendo
en busca del marido. Todo es confuso para el soldado. No recuerda su
nombre, no sabe si tiene familia. Ya restablecido ayuda en el campo.
─Estamos en julio y el maíz ya
tiene lꞌaltura paꞌrecogerlo, vaya detrás de mí y le enseño cómo siꞌhace, señor
sin nombre.
─No lo moleste mijo, deje que
recupere la memoria y se pueda ir donde lo están esperando.
─ Doña Bertilda, don Clímaco, sé
que molesto a su hijo, buscaré trabajo en otro lado, gracias por cuidarme.
─ No se priocupe don, que vusté
es un héroe, lástima que nadies le avisó que la guerra había terminado hacía
tiempo.
Bertilda llora y lamenta perder
otra vez a un hijo. Le suplica a Rogelio que lo deje quedarse una temporada
más, hasta el final de la recolección del maíz. Rogelio accede con la condición
que le enseñe a disparar rifle.
─ Don Severo buenas las tenga,
venimos por un rifle...
Don Severo se echa la bendición.
Es usted igualito al difunto Rafael Poveda. Rogelio habla fuerte, opacando la
frase del don. Es un pariente que vino a ayudarnos con la cosecha. Rafa está
distraído leyendo periódicos y panfletos, trata de reconocer algunos rostros de
soldados, divaga y las imágenes se pierden de nuevo en su mente. Rogelio lo
toma del brazo con brusquedad y salen a la cantina.
─ De ahora en adelante se llamará
Nepomuceno Garay y es primo mío, ¿Entendió?
Seis meses Nepomuceno obedeciendo
a Rogelio. El sol de diciembre lo golpea, se limpia el sudor con el trapo sucio
que lleva en la cintura, la camisa húmeda huele mal y eso le molesta, siente
náuseas. Entre el maíz y las papas la sombra que lo despierta en las madrugadas
se congela, es Mercedes y las niñas diciendo papá, caminan hacia él con los brazos
extendidos, Rafa se tambalea y un costal le hace perder el equilibrio. Tiembla
y cae. Rogelio sacude el cuerpo del soldado, lo abofetea ─ ¡Nepomuceno abra los
ojos, Nepomuceno, Nepomuceno!
─ No me llamo Nepomuceno
soy Rafael Poveda, héroe de guerra.
─ Vusté está alucinando, vusté se
llama Nepomuceno y es primo mío, vino paꞌayudarme con la siembra. ¡Nepomuceno!
Y no es héroe de guerra, ni nada que se le parezca. ¡Nepomuceno Garay!
Rogelio
limpia el sudor de Rafa, le da agua, se miran fijo.
─ Sí,
soy Nepomuceno, primo suyo y vine a ayudar con la siembra.
La
guerra de Antonio Vargas
El pasillo empedrado luce con los
geranios y las hortensias que Elba, cuida con esmero, pasa un paño limpio en
los banquillos de madera y llega al cuarto de costura, se sienta en su mecedora
favorita, toma las agujas de tejer, mira de reojo a su hijo, es igualito al
padre, susurra.
─ Roberto cuidado con tu hermana,
no la beses tan fuerte.
─ ¿Elba, entonces la curia ya te
notificó la muerte de Antonio?
─ Sí, no encontraron el cuerpo,
nadie sabe de él y después de cinco años la iglesia me concedió el estado de
viudez.
─ Bueno, al menos conseguiste un
padre para Roberto y ahora tienes una hija hermosa, una casa, un marido… ¿Le
dirás a tu hijo que Ramón no es su padre?
─ No, nunca lo sabrá.
Antonio Vargas desconoce las
calles, la gente, sube por la empinada Avenida Real y se para frente al portón
de madera. Cierra los ojos. ¿Qué me espera detrás de esta puerta? ¿Me abrirá
ella? ¿Sabrá mi hijo que soy su padre?
─ ¿Que esta casa no es de Elba de
Vargas?
─ No señor ella la vendió después
de la muerte del esposo. No sé quién es vusté pero tengo prohibido hablar con
extraños, váyase que me regañan.
Nadie da razón de los abuelos,
ningún conocido, muchos murieron en la guerra. Sin darse cuenta tiene la
catedral frente a él. Se sienta en un banco, está oscuro, estatuas de
pelo largo emergen a los lados, al fondo un altar lateral con imágenes
casi que diabólicas parecen cobrar vida, algo se mueve, el primer impulso fue
buscar su rifle, Antonio Vargas el héroe de guerra, siente terror.
─ ¿Es usted nuevo en el pueblo?
─ Sí… no… es decir llevo mucho
tiempo sin entrar a una iglesia, soy Antonio Vargas. Padre… hábleme…
─ No puede ser, llegó la
certificación que usted estaba muerto.
─ No lo estoy y quiero saber de
mi mujer y mi hijo.
─ Antonio, siéntese. Ha sido duro
para Elba estar sola con un hijo que alimentar. La iglesia y el estado lo
dieron por muerto y ella se volvió a casar. Lo siento mucho hijo, ya voy a
oficiar la misa y Elba y el esposo siempre cumplen con el sagrado precepto.
Antonio se retira, sin aliento se
recuesta al lado de una columna, llora, ya no hay oscuridad, el padre y sus
acólitos iluminan con velas la parroquia. Escucha pasos y mira hacia la puerta
principal. ¡Es ella, Señor dame valor para no salir corriendo y abrazarla! Está
hermosa, Robertico se parece a ella.
La gente pasa por el lado, lo
saludan, Antonio no responde, recupera las fuerzas, sale en medio de los
feligreses, atraviesa la plaza y retoma el camino de vuelta a la montaña. Cruza
la pradera y sube la colina con mucho esfuerzo, el pie derecho perdió
movilidad, recorre un trecho en busca de un tronco que le sirva de bordón. Sube
hasta la cueva donde murieron sus amigos. Llega a la cima, bota el palo y la
ropa. ─ ¡Ya no necesito nada de esto! Y desnudo entra a su nueva morada.
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