─Madre tienes el pelo tan largo y sin brillo.
─Sí hija pero ve tú, entra rápido o pierdes el
turno.
─ ¿Y tú qué vas a hacer mientras?
Miré alrededor y vi una iglesia.
─ Voy a sentarme justo en esa banca a leer.
─ Ma, por favor ahí sentada, no te vas para otro
lado, siempre que salimos te desapareces y vuelves muerta de la risa viendo
cómo nos angustiamos.
─ Camino unos pasos y ustedes se agobian.
─ ¡Ma, aquí por favor, no te muevas!
─ Sí, lo prometo, vete ya.
He pasado por la plazoleta muchas veces y jamás se
me había ocurrido entrar a la Iglesia, no sé ni cómo se llama. Miré de reojo
los dibujos de la bóveda, las columnas tenían humedad y comenzaban a
desmoronarse. Caminé por una de las naves laterales, las estatuas parecían
tener vida muerta ¿Embalsamadas? Daban la extraña sensación de ser
personas, ojos vidriosos, toqué la cabeza de una de ellas y me reí, se parece a
mi vecino desparecido hace dos años, sin embargo la sensación al pasar mis
dedos por el pelo fue repugnante era …pelo de verdad.
Sentí pisadas, no vi a nadie. De la capilla lateral
con imágenes igual de tenebrosas a las de la nave salió un guarda,
me sobresalté pero al mismo tiempo fue un alivio tener compañía en
ese sitio, la gente estaba concentrada encendiendo velas al otro extremo
de la Iglesia.
El guarda se acercó, le pregunté quién era el
“señor” al que le rezaban tanto.
─ ¿No sabe?
─ No señor, no sé, por eso le pregunto.
─ Es San Francisco.
─ ¿Y es que hace muchos milagros?
─ Sí señora, bueno, eso dice la gente.
─ Vi otra Iglesia antes de entrar.
─ Sí es la Iglesia de la Inmaculada.
─ ¿Pegadas las iglesias?
─ Sí, hay solo una pared que las separa, es
extraña, misteriosa, allá donde está el cuadro de San Judas Tadeo. Los mendigos
dicen que la pared come gente.
Me eché a reír. ¡Qué imaginación!
─ ¿A usted no le ha tocado ver cómo desayuna
la pared?
Ahora quien reía era él.
─ No señora y espero nunca ver cómo almuerza.
Se rió con ganas y caminó hacia la otra nave. Saqué el celular para leer y al
mismo tiempo entró una cantidad de gente a ver al santo. Me concentré en un
cincuentón, elevó las manos a la altura de la frente, empezó a moverlas y
a hablar, las subía, las bajaba y después hacía la mímica de quitarse unas
vendas de los ojos, pasó a un cristo de pelo largo, suplicaba que le
devolviera a su mujer. “¡Sácala de allí! ¡Tú sabes dónde está! “Prendió
varias veladoras bajo el cuadro de San Judas. Mi abuela decía que a los hombres
rezanderos la tentación los llama y oran para limpiar la conciencia.
─ Deme una moneda, dama – dijo un mendigo.
─ No mijo, yo ando igual que usted, sin un peso.
La procesión de mendigos pidiéndome limosna fue tan
aterradora como las estatuas de los santos. Mi cara trágica hizo que se
retiraran, la verdad me dio susto, aún más, cuando entró una mendiga, me
miró, no pidió nada, iba de un lado a otro, se volteaba para mirarme y seguía
por entre las bancas. El guarda al ver el asedio se acercó y me
dijo: ¿Ya vio el altar mayor? Lo remodelaron. Me contó la historia
de la comunidad franciscana. ¿Quiénes son esos señores? Le dio risa, son
santos franciscanos y las de abajo “mujeres franciscanas” Me dio risa, le dije:
siempre las mujeres debajo de los hombres ¿Ya vio el púlpito? También lo
restauraron. Ahh qué bonito quedó, de verdad algo tienen los púlpitos, desde
pequeña me han gustado. La mendiga me miró mientras seguía moviéndose. ¡Vamos,
vamos salga ya! Le dijo el guarda a la mendiga, ella insistía en
tocarme, comenzó a gritar, el guarda la tomó del brazo, ella se soltó y fue a buscarme,
mi celular sonó, no me atrevía a contestar por miedo a que me lo
quitara, busqué un sitio para responder la llamada, la mendiga me
persiguió, corrí buscando la salida y alcancé a contestar.
─ ¿Madre dónde estás? ¿No me dijiste que te ibas a
quedar en la iglesia?
─ ¡Estoy en la iglesia!
─ Yo también pero ¿Dónde?
Los mendigos me empujaron contra la pared
debajo de San Judas, la mendiga sacó un cuchillo, el guarda pidió
refuerzos, todos me tocaban, yo gritaba y alcanzaba a escuchar a mi hija
¿Madre qué pasa? Dime algo ¿Dónde estás? La mendiga me quitó el
teléfono, salió corriendo mientras la pared me tragaba.
Crucé la pared, Jorge, otro vecino desaparecido hace
tres años tomó mi mano y me atrajo con fuerza. Atravesamos una cortina de
cráneos y miré hacia abajo. Es el altar de los sacrificios hermosas mujeres
desnudas cantaban y danzaban con movimientos lujuriosos alabando a un
demonio, vertían sangre, hierbas y fuego creando una aureola que se
alimentaba con las emociones de las brujas, súcubos, íncubos y
otros seres extraños. Sobre el altar la más bella de las mujeres danzaba
dando gracias a la luna, su vientre abultado se movía con el canto
y la alabanza pero el canto dejó su última nota entre las mandrágoras y
las belladonas. La mujer cayó dormida sobre la piedra del altar.
El demonio, extendía las manos frente a la joven y
danzaba con un séquito de asnos formando un círculo alrededor de la
piedra. No quise ver más, la luz que envolvía a ese ser me cegaba, al
voltear el rostro vi la grieta por donde pasé y miré a través de ella, un
sacerdote oficiaba misa en la iglesia de san Francisco, la gente cantaba
y en una de las naves laterales, vi a mis hijos. Grite, arañé la pared,
lloré, Jorge puso la mano en mi hombro. No hay nada que hacer vecina, dijo.
Miré de nuevo hacia el altar donde estaba la joven,
su vientre estaba abierto y aun palpitando, el demonio se comió al
neonato, la sangre de la ofrenda la bebían los feligreses. Estoy soñando pensé,
una misa blanca y una negra al tiempo, estoy soñando, me repetía en voz baja y
algo viscoso tocó mi pie, pedí ayuda, corrí sin rumbo entre las piedras
y raíces con extrañas formas, listas a devorar al primero que
tropezara con ellas. Un hombre sin brazos me perseguía, sentí una brisa húmeda
y un olor nauseabundo que evocaba animales putrefactos. Jorge
volvió a tomar mi mano y en voz baja dijo: deje que hagan el ritual. Al hombre
sin brazos le salieron brotes de dormidera, de quiebra huesos, de
mandrágora y se enroscaron en mi cuerpo, me obligó a beber un
líquido apestoso, no pude moverme, el olor a sangre se fue con el viento.
Las raíces y la criatura me lanzaron a la grieta, de nuevo atravesé la
pared y vi a mis hijos. Mi hija se acercó donde yo estaba.
─ Esta santa no la había visto el día que vine
con ma, el pelo se parece al de ella, los ojos.
─ Sí, es como si hubieran hecho una escultura en
honor a ella. Dijo mi hijo.
─ Soy yo, soy yo – grité queriendo abrazarlos.
La mendiga encendió una vela.
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