viernes, 2 de septiembre de 2022

Summis desiderantes

 

Los secretos se guardan en la mente, en el corazón y en la tierra. A veces el corazón los quiere lanzar y la mente no deja hasta que un día la tierra cansada de guardar tantos secretos los bota a la superficie.

Papá anoche tuve un sueño extraño. En la mitad del parque trece asnos hacían un círculo y yo desde la ventana de mi cuarto los veía. Ellos sintieron mi presencia y al voltear las cabezas vi que sus ojos eran rojos, luminosos, cerré la cortina, asustada. Hija era un sueño y los sueños quedan ahí, tranquila que son meras pesadillas. Pa… siempre me dijiste que mamá sufría de pesadillas, últimamente sueño con ella y palabras extrañas. Lili, ya te dije, solamente son sueños.

Aníbal toma el morral, revisa la cámara, los objetivos, la batería extra, el trípode. hace muchos años que no va a los Farallones. El celular, qué más me falta…bueno ahora tenemos toda esta tecnología y es imposible perdernos como aquella noche.

Llega al sendero, al lado del río, toma fotos. Por un segundo revive esa noche enfocando el camino que tantas veces recorrió persiguiéndola. Se sienta entre las hojas secas, cierra los ojos y repite varias veces: Caro ¿Cómo no vi las señales? Un lente cae sobre las hojas secas y Aníbal abre los ojos, se lleva las manos al rostro y repite: Caro ¿Cómo no vi las señales?  ¿Por qué no hice algo esa noche, Dios por qué no me diste el valor de enfrentarlos?

Pa… sigo con sueños extraños, íbamos por la orilla de un río, comenzó a llover y el río se desbordó, traía ramas, piedras, tuvimos que escondernos en una cueva y una sombra grande salió. Lili, es mejor que no sigas viendo esas películas de conjuros y vampiros. Te diré algo, vas a dejar ya esas series de televisión o voy a tener que llevarme todos los aparatos de esta casa. ¡Papá, no es justo, sólo te estoy contando mis sueños!

Aníbal coloca los codos en la mesa y cruza las manos en la barbilla, las imágenes de Caro danzando a orillas del río lo inquietan. Este secreto me agobiaAbre el cajón del mueble y quita una tabla que sirve de doble fondo donde tiene escondidas fotos.  Luces y sombras juegan con el rostro de ella, con las hojas que toca, con las gotas que salpican cuando entra al río.  Las hierbas que antes no le importaba que estuvieran ahí, ahora las reconoce. ¿Qué pasará ahora con Lili?

Noche de aquelarre y ritos, los búhos ululan, los murciélagos vuelan, el croar de los sapos anuncia que se acerca la hora. Aníbal sale en busca Lili en medio de la tempestad. No puede andar, la lluvia arrastra cortezas, animales muertos. Está herido, azotado por la lluvia y el viento, pero nada puede vencer el deseo de encontrar a su hija. Corre sin rumbo entre las piedras y raíces con extrañas formas, listas a devorar al primero que tropiece con ellas.  El viento trae humedad y un olor nauseabundo que evoca animales putrefactos quemados en hoguera. La vista y el oído le pueden fallar, pero su olfato no, pequeñas gotas de esencia están en el aire y en su memoria, huele a Lili, grita desesperado. ¡Papá, papá, despierta!  Estás gritando.  Hija, no es nada, sólo fue una pesadilla. Pa…estás sudando, te traeré agua.

Aníbal abre la ventana, el aire lo refresca, no puede evitar ver a Caro en llamas, gritando de dolor. Se mira los brazos y pasa los dedos sobre las heridas, sangre de él y sangre de ella se unieron para salvar a la niña, ahora tiene que salvarla de nuevo. Saca las fotos, sonríe y toca el papel, estaba hermosa, todos la miraban, ella solo tenía ojos para mí, sin darnos cuenta que había unos ojos acechándola. Es mejor dejar los secretos guardados.

Escondido entre los arbustos, concentrado en cómo defender a Caro, Aníbal observa cómo el animal crece, exhala un olor desagradable, ruge y posee a Caro, se entrega a una orgía desenfrenada secundado por sus consortes que ríen y danzan sin pudor alguno para agradarlo, lavan con sangre de neonatos las manos y los pies del dios, las posee a todas y las fecunda. Aníbal entiende que Caro pertenece ahora al grupo de esas consortes.  Amanece y todo el séquito desaparece, Aníbal no puede moverse, llora, grita y las manos crispadas arañan el árbol, ve a Caro dormida sobre la piedra, se levanta y corre a sacarla del bosque, la viste y suplica que se despierte. Ella abre los ojos y no entiende por qué está ahí, ni entiende el sueño que tuvo.  Aníbal calla y le ayuda a sostenerse. Vamos, salgamos de acá.

Caro se siente indispuesta, fatigada y con mareos. La felicidad invade el consultorio del médico, la felicita y le da instrucciones para los siguientes siete meses.  ¿Mi amor por qué esa cara, no te alegra la noticia? La lleva hacia él, le besa la cabeza, la frente, la punta de la nariz. Claro que me alegra, me alegra mucho, la casa se iluminará con las risas y los juegos del niño. ¡No, no, será una niña y la llamaremos Lili!. Está bien, está bien, será una niña.

Mes a mes Caro se va al bosque cuando Aníbal duerme. Él la sigue, se esconde y se recrimina no hacer nada. Verla danzar junto a brujas, íncubos, súcubos que se reúnen en lo profundo del bosque, donde las doncellas son sacrificadas, le repugna.  El macho cabrío abre los vientres y saca al hijo que engendró con ellas y los devora. Otros vientres los deja intactos, permite que nazcan sus hijos para tener descendencia viva. Aníbal escondido llora, sólo espera que el vientre de Caro sea uno de los escogidos.

Mira la ropa que le traje a Lili. ¿No es hermosa?  ¿Cómo vas a colocarle a nuestra hija ropa negra? ¿Qué tiene? Mira, mira esta con lazo blanco y esta pijama con búhos y lunas. ¿Sí, sí, pero no debe tener también algo rosado o azul o blanco? Deja de decir bobadas, la niña se verá hermosa con cualquier color.

Caro posa para la foto de los nueve meses, es la última dice, lleva collares de colores vibrantes y flores en la cabeza. Se siente feliz, Aníbal dispara el obturador muchas veces. Descansemos, me siento fatigada. Duerme el resto de la tarde, salen a cenar y quiere seguir durmiendo. Aníbal la cubre con la manta y le da un beso en la frente, apaga la luz y sale al salón. Toma una copa de vino y entra al cuarto oscuro a revelar las fotos.

Casi a medianoche Caro se dirige al bosque, va recogiendo flores y baila a medida que recorre el camino, canta algo que no se entiende, frota el vientre con algunas hojas que encuentra. Aníbal la sigue con cuidado, está nervioso, siente que lo siguen a él también.  Caro es la más bella, danza sobre el altar, dando gracias a la luna, su vientre se mueve con el canto y la alabanza, pero el canto deja su última nota entre las mandrágoras y las belladonas, gente encapuchada con cruces y antorchas interrumpe los cantos, toma a Caro antes que Aníbal pueda hacer algo, arrastra el cuerpo hasta un árbol y prende fuego. Gime, grita y mira a Aníbal, él corre en medio del fuego, ve una criatura escurrir entre las piernas de Caro, antes que el fuego llegue recoge a Lili, la protege con su cuerpo y Caro le pide que huya, que salve a su hija.

Papá quiero ir al bosque donde tú y mamá iban a bailar. ¿A bailar? Ella me lo contó. Hija no puede ser, tu madre murió al nacer tú. Ella me habla, pa, me cuenta cosas y me ha llevado al bosque. Aníbal se deja caer en la silla. Agacha la cabeza y balbucea. Respira fuerte y se levanta. Jamás vas a volver allá, te lo prohíbo. Pero papá… ¡Nada, este tema se acaba ahora mismo!

Lili conoce el bosque palmo a palmo, se pierde en las noches de luna llena y Aníbal enloquece buscándola, sale en medio de la tempestad, los muertos revolotean en el aire. Junto al dios del mal está ella, la sangre de niños inocentes llena su boca del macho cabrío y con su pie izquierdo hace la señal de la cruz sobre la tierra, satisface sus instintos carnales con las vírgenes desaparecidas del pueblo. Lili, ajena a todo, es arrastrada, por los inquisidores, decididos a purificar el mal que los rodea, deciden condenarla al fuego. Aníbal se arroja, la toma con fuerza, los encapuchados se la quitan, arrastran el cuerpo, mira a Lili, su mirada no es como la de Caro, retrocede y deja que se consuma, ella no grita, ni gime.

Aníbal se aleja para mirarla por última vez y ve una criatura aparecer entre las piernas de su hija.  ¡Papá… sálvala!  El rostro de Aníbal y sus brazos arden, pero la bebé está a salvo.

 

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