lunes, 3 de mayo de 2021

MARÍA EUGENIA ALONSO DE APARICIO Primer puesto · Asistente Cali · Valle Taller Écheme el Cuento

Matilde Vargas Reyes

Matilde Vargas espera frente a un gran portón rodeado de hiedra verde que contrasta con el blanco de los muros de la casa. La impaciencia y el desespero se juntan, además del sol inclemente que la sofoca. Por fin abre un hombre de baja estatura, mezcla de indio y mestizo, hace una reverencia y pide que lo acompañe al recibidor. Se deja caer en un sillón y tiene que esperar de nuevo. A hurtadillas, sale al corredor y llega al salón principal, paredes también blancas, altas, decoradas con crucifijos y cerámicas, toca los descomunales cuadros colgados frente a un ventanal que da al jardín, el ventanal es otro cuadro más. Se sienta en el sofá, mira a lado y lado, de un brinco llega a la puerta lateral donde el mestizo entra para guiarla al estudio. Débora está de espaldas haciendo los últimos trazos a una de sus obras, el ambiente es tenso, nadie habla, la visita saluda pero nadie responde. La pintora se aleja, vuelve al óleo, sobre uno de los pezones de la tela da una pincelada blanca y murmura: era lo que le hacía falta. Da un giro y mira a la joven de arriba abajo. ¡Desvístete!


Matilde a pesar de su espíritu rebelde se avergüenza un poco. ¿No viniste a ser mi modelo? Por supuesto. ¡Entonces, desnúdate! Toma aliento, deja a un lado la boina, el lazo negro que ata el cuello de la blusa, se quita la falda y queda en interiores. Siéntate en ese diván, acuéstate, ponte de medio lado. La entrevistada se siente incómoda. Solo miro los ángulos que más te favorecen, haz como si fueras a tener un hijo, flexiona las piernas, crúzalas, lleva los brazos detrás de la nuca, colócalos sobre tu rostro, ponte boca abajo. ¡Vístete!

La maestra sale del estudio, el mestizo conduce a Matilde al corredor donde se encuentran poco después. Débora sentada en un escaño de madera con un refresco y los pies en alto sobre una butaca. Señala los ciruelos, los limoneros y los naranjos sembrados justo frente a ellas, habla de las maravillas del limón y el esplendor de las flores que atraen a los colibríes. ¿Cuándo puedes empezar? Ya, sí usted desea. ¿Cuántos años tienes? Voy a cumplir dieciocho. Tenemos un inconveniente, si tus padres no me autorizan para que trabajes como modelo, tú y yo vamos a tener serios problemas legales además de religiosos. Yo traje una autorización de mi madre porque mi padre está ausente pero ella ya habló con él y están encantados de que trabaje con usted, mi madre siempre ha luchado por los derechos de la mujer. Débora lee la carta y le pide al ayudante que la guarde en un folio.

—Por Dios Matilde, cómo se te ocurre decirme eso. Matarías a Darío de un infarto. ¿Cómo la conociste? Dile que no vas a volver al estudio.
—Solo falsifiqué tu firma, Ruth Reyes de Vargas como te gusta, ¿cuál es el problema?
—¿Que cuál es el problema? ¿No te das cuenta del lío en que te has metido?
—Madre, respira y dime qué tiene de malo posar desnuda delante de una mujer, ella tiene lo mismo que yo… no insistas, me voy de viaje con ella, ha ganado premios y yo ganaré reconocimiento.
—Niña por Dios, no has leído en los periódicos que la gente en Medellín está escandalizada, ella pinta prostitutas. ¡Escúchame bien, prooooostitutas! La iglesia te va a excomulgar como quiere hacerlo con esa mujer.
—No me importa la iglesia, madre, si posar mostrando media nalga es inmoral pues soy inmoral.
—Hablaré con esa Débora.

Hace caso omiso a los requerimientos de la madre y conoce a Roberto, el único que pudo calmarla para bien de la familia. Un noviazgo de dos años hace que los padres añoren una boda en la catedral con el arzobispo, primo del padre de Roberto. Ruth se pasea por los salones de moda cotizando vestidos de novia y las tías en el extranjero envían muestras de recordatorios. A los novios, ajenos a los deseos de las familias, no les interesa una boda majestuosa. Escondidos en una cabaña, a la orilla del lago, vino, besos. ¿Qué les digo a mis padres? Que vas a la hacienda de Bárbara y le dices a ella que guarde silencio.

Entran al salón, ven a la familia reunida, Matilde siente miedo, Roberto le aprieta la mano. Ruth alza la copa y brinda por ellos, no para de hablar, que si el vestido con encaje de bolillo, que si el satín, que si los padrinos… madre, estoy embarazada… todos la miran, Ruth deja caer la copa, Darío manda a la mierda a Roberto. ¡Malnacido, sal de mi casa! Qué dirán el arzobispo y la familia, nuestras amistades. ¡Viajas a vivir con tus tías a los Estados Unidos! Roberto ha volado una hora antes, se encuentran en el aeropuerto donde las tías la esperan, la ven bajar del avión, pero nunca llega a ellas.


De pie junto a la ventana, ve bajar del auto a su nieta, le recuerda cuando se fue al extranjero, echada como un perro. En esa misma ventana vio a Ruth escondida entre las cortinas, nunca le perdonó la vergüenza, no pudo decirle adiós, ni presentarle a los tres hijos que tuvo con Roberto, mucho menos a los nietos. Ahora le dice adiós a la casa que tiene impregnados recuerdos alegres y vergonzosos, aunque nunca sintió vergüenza, sus hijos le dieron seis nietos. Solo quedó Helenita, la menor, que como su abuela quiere ser modelo.

La vista al cerro es una fotografía en movimiento, el comedor vintage trae a la memoria de la abuela los muebles de la pintora. Toma un cojín y analiza cada puntada, jamás podría hacer esto, dice en voz baja. La cocina se integra en el mismo espacio, utensilios que su nieta jamás usará. Deja el café en el mesón y va al dormitorio de Helena.

—Helenita, princesa, ¿qué haces? ¿Por qué te afeitas?
—Abue, ya no nos interesa tener vello en ninguna parte.
—¿Por qué?
—Por higiene, para sentirme mejor, para tener más sensaciones, abue… tú sabes.
—Pero mi niña, quedaste calva, si el Todopoderoso nos hizo con peluche fue por algo.
Ver a Helenita desnuda le hizo recordar su cuerpo posando para Débora, delgado con caderas pronunciadas y busto erguido. El color de piel llamaba la atención sobre todo en Europa, para ellos era exótica, ojos miel y manos de pianista. La observó mientras terminaba de vestirse.
—¿Abue, te llevo al spa para que te depilen? Las axilas, las piernas, el bigote, el bikini.
—¿Y para qué bikini? Que ni tengo, ni me gusta, las mujeres parecen cortadas por la mitad. 
—Abue, así se le dice a la depilación del vello púbico. Vamos, dale abue, no todos los días se cumplen ochenta y cinco años y tú estás regia.

Es una mañana que se viste de frutas y flores que los campesinos sacan al camino. Fue el mismo recorrido que hizo con Roberto. Helenita mija, ¿estás segura de que esta carretera sí nos lleva? Yo conozco bien estos parajes y jamás vi esa cosa de la que me hablas. Abue, me dijiste que venías con el abuelo, todo ha cambiado, mira, es allí donde está ese techo rojo. Matilde vuelve a la puerta con hiedra verde.

Una joven con uniforme las atiende y las deja en el salón. Frente a la camilla, el cuadro de la Masacre del 9 de abril de Débora Arango decora la pared. Después de tantos años me vuelvo a desnudar delante de una desconocida, al tiempo revive ese 9 de abril. Mira la pintura, suspira, cierra los ojos, se encuentra en el almacén de su padre, la gente corre, grita en medio de una revuelta, ella llora y sale con la multitud por la carrera séptima viendo cómo arrastran al asesino. Recuerda que había dejado a su padre solo y se devuelve en medio del caos. El alma se le congela, el negocio de Darío Vargas se incendiaba. No pudo entrar, las llamas la sofocaban y el calor era intenso como el de la depilación. Abre los ojos y mira a la esteticista, percibe algo que desde la muerte de su marido no sentía.

Matilde se acerca a la ventana, mira la montaña, se siente cansada, diferente. Toma la foto de Lorencita, sonríe con picardía. Qué pensarías si te contara lo que me hice esta tarde. A lo mejor te hallabas junto a mí y te estabas burlando. Si fuiste capaz de tinturarte el cabello de violeta, creo que me hubieras acompañado y depilado el peluche para secundar mi aventura como siempre lo hiciste, mi madre te tenía celos, te convertiste en la confidente de su hija y eso la alteraba. Nunca te agradecí que me llevaras a recorrer el mundo. Viví a plenitud hasta que conocí a Roberto, y ves, el amor hizo que me estableciera en Colombia como querían mis padres. Lo amé demasiado, pero envidio a Helenita, va por el quinto novio y a todos los ha metido en la cama, yo solo estuve con Roberto. Ella no quiere tener hijos, ni perder su libertad, quiere viajar por el mundo, conocer gente, disfrutar el modelaje, ganar muy bien, si me hubiera adelantado a la época… la tradición, Lorencita, siempre está y no deja vivir como debe ser, como Helenita, pero, sabes, no me arrepiento, siempre hice lo que se me vino en gana. Solo que envidio a la niña a veces.

Fija la mirada en el óleo de Débora. De razón mi madre estaba furiosa, el color de piel aún lo conservo y los muslos los pintó más prominentes. La flacidez no estaba, inclina la cabeza hacia atrás, se siente cansada. Creo que ninguno de mis hijos, ni mis nietos heredaron la fuerza de él y mi elasticidad. Sonríe y se ve desnuda ante el espejo. Suficiente de recuerdos, hoy no quiero camisón quiero sentir el satín en mis arrugas.

Lee un rato a Anais, siente hormigueos en el estómago y las manos con sus dedos de pianista recorren sus pechos caídos, el vientre y los muslos, abre las piernas. Tocar esa desnudez que le hicieron en el spa la llena de placer. Ahora entiendo a Helenita. Respira y sigue tocando la piel sin peluche, jadea y jadea. Descansa y repite el recorrido, en paz, sin remordimientos, con todo el tiempo que la vejez le otorga, jamás había experimentado lo que ahora, ni siquiera su marido hizo que respirara tan hondo.



Helenita, ¿a qué hora es el funeral de tu abue?

6 comentarios:

  1. Vía correo de Alfredo:
    Hola María Eugenia, gracias por compartirme tu cuento, lo he leído varias veces, fluye como un río, lo trasporta a uno a una época de despertar del arte y la política, nos recuerda la forma cruenta como el despertar político fue acallado, todo como contexto a la historia de una de las primeras modelos de clase "alta"; el cuento me permite pensar que la he conocido. Sin embargo, tal vez por mi ignorancia me queda un misterio sin resolver: Quién fue Lorencita? amiga? amante? Pero esta duda no mata el placer, es un gran escrito. Si estuviera en artes marciales pondría una mano cerrada sobre la otra abierta y te diría, por favor, sé mi maestra. Salud!

    Mis palabras son sinceras, es un gran relato, nada trillado, con un buen ritmo y un entorno claro y bien pintado con unos pocos trazos. Claro, Lorencita no podía ser amante, la hubiera recordado en sus últimas caricias. Gracias por la aclaración. De pronto el relato no la necesita, además no dar todo mascado es una de las virtudes de tu cuento. Un abrazo.

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  2. Felicitaciones por este magnífico relato. Incursiona en un tema tabú de una manera elegante y sutil. Logra sorprender al lector cuando va llegando a ese punto. Esto le da una profunda variación al tono y un contraste en el estilo. Entre el tono costumbrista y el erótico moderno.

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  3. Vía correo: Yolanda, trasmite mis felicitaciones a María Eugenia por el reconocimiento, no lo sabíamos, y el día que nos encontramos en la charla de Alberto en el Centenario, pues no la felicité.

    Con mucho gusto lo leeré(ya lo leí por primera ves), y volveré a leer, para emitir una opinión, mi primera impresión fue muy placentera y sorprendente por encontrar a una gran cuentista. 

    Gracias por compartir este logro de Mareña

    Un abrazo

    Adolfo León Hormaza

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  4. Juan Fer Aguilar: Me gusta mucho como guías al lector a través de las épocas, poniendo hechos políticos de fondo.
    La sexualidad en la vejez sigue siendo un tema tabú que muchos abordan con torpeza. Pero tú lo hiciste muy bien. Me recordó por momentos el cuento del príncipe Genji. Muy bien, querida Mareña!

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  5. Mareña: Quiero felicitarte por el 1er Premio en cuento del concurso de Renata. Muy merecido y tu familia se debe sentir muy orgullosa con 2 abuelas escritoras y de las mejores.
    Un abrazo Blanca Helena. 

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  6. Buen día, María Eugenia. Mi nombre es Carlos Zea. Quedé en segundo lugar en el concurso de cuento que usted ganó. Por eso le escribo. Me encanta su cuento; el lenguaje que condensa momentos memorables. La estructura que permite reconocer la historia de Matilde. Y el cierre en el que se anudan tres generaciones. Felicitaciones!

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