Camila recorre el cuarto con la mirada, la detiene en la cama, va a la noche anterior, una mezcla de perfumado sexo y acrobacia, observa las joyas en la mesa de noche, un Chanel en el tocador, la foto de Daniel, atractivo para muchas mujeres, un cínico que con su conversación embobaba. Decía que la conversación es el sexo del alma, y era cierto, tenía un alma buena y orgasmos durante la charla. Se acerca al espejo, no se atreve a mirar, agacha el rostro y lo cubre con las manos, se arregla el cabello, vuelve otra vez a tocar el rostro y mira. Baja las manos hasta las rodillas, las sube y oprime su sexo, imagina que es Daniel, frota la tela del pijama, disfruta la fricción suave de la franela con la piel, desliza los dedos dentro del resorte del pantalón, se siente incómoda, la tensión la obliga a sacar la mano, pero el placer de permanecer ahí en la silla de ruedas hace que resbale los dedos de nuevo, un calor inunda su cuerpo. Le petite mort, dice y sonríe, permanece sosegada un rato, deja caer la cabeza hacia atrás y mira por la ventana.