jueves, 29 de abril de 2021

La esquina donde vive mi bebé





 Camila recorre el cuarto con la mirada, la detiene en la cama, va a la noche anterior, una mezcla de perfumado sexo y acrobacia, observa las joyas en la mesa de noche, un Chanel en el tocador, la foto de Daniel, atractivo para muchas mujeres, un cínico que con su  conversación embobaba. Decía que la conversación es el sexo del alma, y era cierto, tenía un alma buena y orgasmos durante la charla. Se acerca al espejo, no se atreve a mirar, agacha el rostro y lo cubre con las manos, se arregla el cabello, vuelve otra vez a tocar el rostro y mira. Baja las manos hasta las rodillas, las sube y oprime su sexo, imagina que es Daniel, frota la tela del pijama, disfruta la fricción suave de la franela con la piel, desliza los dedos dentro del resorte del pantalón, se siente incómoda, la tensión la obliga a sacar la mano, pero el placer de permanecer ahí en la silla de ruedas hace que resbale los dedos de nuevo, un calor inunda su cuerpo. Le petite mort, dice y sonríe, permanece sosegada un rato, deja caer la cabeza hacia atrás y mira por la ventana.


Camila trata de abrirla, no puede, apoya la frente en el cristal, observa la misma escena todos los días, los carros rasgando el pavimento, las motos veloces entre las hileras de autos, el semáforo, la gente que cruza la cebra, los vendedores de prensa. La esquina donde la moto embistió el auto. Camila viajaba adelante con Daniel, aturdido sale del carro, corre a ver qué le pasó al hombre de la moto tendido en un charco de sangre. Hay una mujer dentro del auto! gritan. Daniel regresa, abre la puerta en el momento en que una sirena le anuncia que la ayuda viene en camino. Se agacha, se acerca a Camila que respira con dificultad, tiene puesto el cinturón, no se queja, le toma la mano y le murmura: el bebé…

Sus pensamientos se avivan en la esquina y la melancolía le llega como ramalazos que le duelen y no la abandonan, cabalga en ellos día y noche, quiere entender y nada tiene sentido, la obsesión la lleva a querer mirar todo el día la esquina donde quedó el bebé, a través del cristal reconstruye su mundo, escucha llorar al hijo, lo siente cerca y sigue aferrada a la ventana.

Brisas de los Cerros se levanta frente a la avenida Nogales. Camila vive en el tercer piso. Al otro lado de la avenida se hace la vendedora de flores, todos los días la ve llegar con su bebé, que acuna en un canasto entre las raíces retorcidas de un urapán detrás de donde está su puesto. Desata el nudo del pañolón deja ver un vientre abultado. La criatura llora, la saca y se recuesta en el tronco mientras la niña chupa con afán el seno.

¡Vieja Leo! Leo, ¡Vieja Leo—le gritan y ella corre donde la llaman!   Los carros paran a comprar. El sol recrea la sombra del árbol y también una figura escondida, está tapada, parece un hombre, pero podría ser una mujer. Leonor poda tallos y espinas. La pequeña trata de salir del canasto, llora, la madre corre a acomodarla, un carro se detiene, otro detrás, Leonor deja la niña para ir donde una señora que le hace señas.

Camila no distingue la figura, sale del cuarto, va al estudio, tampoco desde allí logra identificarlo, la figura cada vez se acerca más. ¡Abre maldita ventana, abre!  Prefiere la vista del cuarto, se devuelve, la niña escala poco a poco el canasto, la ventana de la habitación tampoco abre, le grita a Leonor para que mire a la niña, golpea los vidrios con sus dos manos, regresa al estudio, golpea las ventanas con furia tratando de llamar la atención de alguien en la calle. La figura ha llegado junto a la niña. Camila busca el teléfono, llama a la policía, les suplica que vayan a la cuarta con cincuenta donde hay una vendedora de flores y una niña corre peligro. El policía le solicita el número de cédula, grita, el policía le pide que se calme y cuelga.

Apoya la cabeza en el marco de la ventana, se aparta y mira a la avenida, ve a su hijo en la esquina que le pide ayuda, Camila llora, le suplica que espere, la ayuda va a llegar, que ella nunca lo va a abandonar. Escucha ruidos en la cocina y pregunta: ¿Rosita ya llegaste? Nadie responde, gira la silla y sale al pasillo, busca el celular, la silla se traba en una hendidura del piso y trata de caer, se sostiene colocando las manos en la pared, retrocede y vuelve al estudio.  Está cansada, frota el cuello adolorido, gira la cabeza de un lado a otro y toma agua del vaso que le dejó Rosita sobre el escritorio, le cuesta sostenerlo, de tanto golpear el vidrio las manos le duelen. Cierra los ojos y descansa un rato, oye un llanto, ruidos desconocidos, aleteos. Está inquieta, observa a Leo atender a un señor que se detiene a comprar y de la arboleda ve salir de nuevo a la figura que se acerca al canasto. Deja caer el vaso.

Con las manos adoloridas se aferra al marco de la ventana, intenta incorporarse, no puede abrirla, la silla gira y ella cae.  La mano queda atrapada entre una de las ruedas.  Camila escucha sirenas y carros a velocidad. Una paloma se posa en el alero de la ventana, revolotea y mira hacia adentro, ella le grita, fija la mirada en una grieta en la pared, respira profundo. ¡Sálvala Señor apiádate de la niña!  Le duele el vientre, llora, el dolor de la mano es insoportable, está fracturada, intenta respirar profundo, cobra fuerza, se arrastra y observa las piernas de donde fluyen hilos gruesos de sangre, se desliza y va dejando un rastro sobre el piso ajedrezado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario