lunes, 13 de febrero de 2017

LA SANTA ESCULTURA

─Madre tienes el pelo tan largo y sin brillo.  
─Sí hija pero ve tú, entra rápido o pierdes el turno.
─ ¿Y tú qué vas a hacer mientras?

Miré alrededor y vi una iglesia.
─ Voy a sentarme justo en esa banca a leer.
─ Ma, por favor ahí sentada, no te vas para otro lado, siempre que salimos te desapareces y vuelves muerta de la risa viendo cómo nos angustiamos.
─ Camino unos pasos y  ustedes se agobian.
─ ¡Ma, aquí por favor, no te muevas!
─ Sí, lo prometo, vete ya.

He pasado por la plazoleta muchas veces y jamás se me había ocurrido entrar a la Iglesia, no sé ni cómo se llama. Miré de reojo los dibujos de la bóveda, las columnas tenían humedad y  comenzaban a desmoronarse. Caminé por una de las naves laterales, las estatuas parecían tener vida muerta ¿Embalsamadas?  Daban la extraña sensación de ser personas, ojos vidriosos, toqué la cabeza de una de ellas y me reí, se parece a mi vecino desparecido hace dos años, sin embargo la sensación al pasar mis dedos por el pelo fue repugnante era …pelo de verdad.


Sentí pisadas, no vi a nadie. De la capilla lateral con imágenes igual de tenebrosas a las de la nave salió un  guarda,  me sobresalté pero al mismo tiempo fue un alivio  tener compañía en ese sitio, la gente estaba  concentrada encendiendo velas al otro extremo de la Iglesia.

El guarda se acercó, le pregunté quién era el “señor” al que le rezaban tanto.
─ ¿No sabe?
─ No señor, no sé, por eso le pregunto.
─ Es San Francisco.
─ ¿Y es que hace muchos milagros?
─ Sí señora, bueno, eso dice la gente.
─ Vi otra Iglesia antes de entrar.
─ Sí es la Iglesia de la Inmaculada.
─ ¿Pegadas las iglesias?
─ Sí, hay solo una  pared que las separa, es extraña, misteriosa, allá donde está el cuadro de San Judas Tadeo. Los mendigos dicen que la pared come gente.
Me eché a reír. ¡Qué imaginación!
─  ¿A usted no le ha tocado ver cómo desayuna la pared?
Ahora quien reía era él.
─ No  señora y espero nunca ver cómo almuerza. Se rió con ganas y caminó hacia la otra nave. Saqué el celular para leer y al mismo tiempo entró una cantidad de gente a ver al santo. Me concentré en un cincuentón,  elevó las manos a la altura de la frente, empezó a moverlas y a hablar, las subía, las bajaba y después hacía la mímica de quitarse unas vendas de los ojos, pasó a un  cristo de pelo largo, suplicaba que le devolviera a su mujer. “¡Sácala de allí!  ¡Tú sabes dónde está! “Prendió varias veladoras bajo el cuadro de San Judas. Mi abuela decía que a los hombres rezanderos la tentación los llama y oran para limpiar la conciencia.

─ Deme una moneda, dama – dijo un mendigo.
─ No mijo, yo ando igual que usted, sin un peso.

La procesión de mendigos pidiéndome limosna fue tan aterradora como las estatuas de los santos. Mi cara trágica hizo que se retiraran, la verdad me dio susto, aún más, cuando entró una  mendiga, me miró, no pidió nada, iba de un lado a otro, se volteaba para mirarme y seguía por entre las bancas.  El guarda al ver el asedio se  acercó y me dijo: ¿Ya vio el altar mayor?  Lo remodelaron.  Me contó la historia de la comunidad franciscana. ¿Quiénes son esos señores? Le dio risa,  son santos franciscanos y las de abajo “mujeres franciscanas” Me dio risa, le dije: siempre las mujeres debajo de los hombres ¿Ya vio el púlpito? También lo restauraron. Ahh qué bonito quedó, de verdad algo tienen los púlpitos, desde pequeña me han gustado. La mendiga me miró mientras seguía moviéndose. ¡Vamos, vamos salga ya! Le dijo el guarda  a la mendiga,  ella insistía en tocarme, comenzó a gritar, el guarda la tomó del brazo, ella se soltó y fue a buscarme,  mi celular sonó,  no me atrevía a contestar por miedo a que me lo quitara,  busqué un sitio para responder la llamada, la mendiga me persiguió, corrí buscando la salida y alcancé a contestar.

─ ¿Madre dónde estás? ¿No me dijiste que te ibas a quedar en la iglesia?
─ ¡Estoy en la iglesia!
─ Yo también pero ¿Dónde?

Los  mendigos me empujaron contra la pared debajo de San Judas, la mendiga sacó un cuchillo, el guarda pidió refuerzos,  todos me tocaban, yo gritaba y alcanzaba a escuchar a mi hija  ¿Madre qué pasa? Dime algo ¿Dónde estás?  La mendiga me quitó el teléfono, salió corriendo mientras la pared me tragaba.

Crucé la pared, Jorge, otro vecino desaparecido hace tres años tomó mi mano y me  atrajo con fuerza. Atravesamos una cortina de cráneos y miré hacia abajo. Es el altar de los sacrificios hermosas mujeres desnudas cantaban y danzaban  con movimientos lujuriosos alabando a un demonio, vertían sangre, hierbas y fuego creando una aureola  que se alimentaba con  las emociones  de las brujas, súcubos, íncubos y otros seres extraños. Sobre el altar la más  bella de las mujeres danzaba dando gracias a la luna,  su vientre abultado se movía con el canto y  la alabanza pero el canto dejó su última nota entre las mandrágoras y las belladonas.  La mujer cayó dormida sobre la piedra del altar.

El demonio, extendía las manos frente a la joven y danzaba con un séquito de asnos  formando un círculo alrededor de la piedra. No quise ver más, la luz que envolvía a ese ser  me cegaba, al voltear el rostro vi la grieta por donde pasé y miré a través de ella, un sacerdote oficiaba misa en la iglesia de san Francisco,  la gente cantaba y  en una de las naves laterales, vi a mis hijos. Grite, arañé la pared, lloré, Jorge puso la mano en mi hombro. No hay nada que hacer vecina, dijo.

Miré de nuevo hacia el altar donde estaba la joven, su vientre estaba abierto y aun palpitando, el  demonio se comió  al neonato, la sangre de la ofrenda la bebían los feligreses. Estoy soñando pensé, una misa blanca y una negra al tiempo, estoy soñando, me repetía en voz baja y algo viscoso tocó mi pie,  pedí ayuda, corrí sin rumbo entre las piedras y  raíces  con extrañas formas, listas a devorar al primero que tropezara con ellas. Un hombre sin brazos me perseguía, sentí una brisa húmeda  y un olor nauseabundo que evocaba animales putrefactos.  Jorge volvió a tomar mi mano y en voz baja dijo: deje que hagan el ritual. Al hombre sin brazos le salieron brotes de  dormidera, de quiebra huesos, de mandrágora   y se enroscaron en mi cuerpo, me obligó a beber  un líquido  apestoso, no pude moverme, el olor a sangre se fue con el viento. Las raíces y la criatura me lanzaron a la grieta,  de nuevo atravesé la pared y vi a mis hijos. Mi  hija se acercó donde yo estaba.

─  Esta santa no la había visto el día que vine con ma, el pelo se parece al de ella, los ojos.
─ Sí, es como si hubieran hecho una escultura en honor a ella. Dijo mi hijo.
─ Soy yo, soy yo – grité queriendo abrazarlos.


La mendiga encendió una vela.

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