viernes, 29 de abril de 2022

Las dos guerras


Las dos guerras

Tomás, Rafael y Antonio, se sientan en las escalinatas de la iglesia. La bruma se disipa y deja ver a los campesinos bajando de los caballos. Las mujeres organizan los canastos con huevos, queso, frutas y verduras para la venta en la plaza mayor.

No es justo luchar en una guerra que no nos corresponde, dejar a nuestras mujeres, hijos, a la familia entera.

¿Que no es justo? ¡Claro que sí Tomás! Si no paramos al enemigo, acabaremos en la ruina y más jodidos de lo que estamos.

Antonio, no estoy de acuerdo, no deseo ir a combatir. ¿A combatir con quién? ¿Con nosotros mismos? Yo voy porque mi padre me lo exige y quiere un país digno según él.

Tomás tu padre tiene razón, la guerra servirá para darle a nuestros hijos un sitio mejor.

No lo creo Rafa.

Rafael bota el cigarrillo y un chiquillo lo recoge, desaparece entre la algarabía del pueblo. Rafa lo mira alejarse, se quita la ruana, la extiende en el suelo y se recuesta sobre ella.

Te apoyo Tomás, no deseo ir a una guerra que nada bueno nos traerá, miren ese chiquillo, apenas tendrá 10 años y es huérfano, su padre estuvo con el ejército y la madre se enloqueció al saber que los rebeldes lo habían matado. No quiero eso para mis hijos y por eso apoyo la guerra, más no quiero ir. Tengo miedo. Cierra los ojos y los abre al sentir que  Antonio le toca el hombro.
─ Vamos hombre es hora de irnos.
Tomás, Antonio y Rafael descienden con lentitud, en silencio por la ladera de la colina.