Las dos guerras
Tomás,
Rafael y Antonio, se sientan en las escalinatas de la iglesia. La bruma se
disipa y deja ver a los campesinos bajando de los caballos. Las mujeres
organizan los canastos con huevos, queso, frutas y verduras para la venta en la
plaza mayor.
─ No es justo luchar en una guerra que no nos
corresponde, dejar a nuestras mujeres, hijos, a la familia entera.
─ ¿Que no es justo? ¡Claro que sí Tomás! Si no paramos
al enemigo, acabaremos en la ruina y más jodidos de lo que estamos.
─ Antonio, no estoy de acuerdo, no deseo ir a
combatir. ¿A combatir con quién? ¿Con nosotros mismos? Yo voy porque mi padre
me lo exige y quiere un país digno según él.
─ Tomás tu padre tiene razón, la guerra servirá para
darle a nuestros hijos un sitio mejor.
─ No lo creo Rafa.
Rafael
bota el cigarrillo y un chiquillo lo recoge, desaparece entre la algarabía del
pueblo. Rafa lo mira alejarse, se quita la ruana, la extiende en el suelo y se
recuesta sobre ella.
─ Te apoyo Tomás, no deseo ir a una guerra que nada
bueno nos traerá, miren ese chiquillo, apenas tendrá 10 años y es huérfano, su
padre estuvo con el ejército y la madre se enloqueció al saber que los rebeldes
lo habían matado. No quiero eso para mis hijos y por eso apoyo la guerra, más
no quiero ir. Tengo miedo. Cierra los ojos y los abre al sentir que Antonio le toca el hombro.
─ Vamos hombre es hora de irnos.
Tomás, Antonio y Rafael descienden con lentitud, en
silencio por la ladera de la colina.