La playa huele a sexo.
La brisa trae olor de Olimpo, aroma que envenena al joven dios de los
insectos. Despliega sus alas con desespero y choca contra las piedras,
retrocede, trata de volar. Está fuera de sí, no puede contenerse, su
apetito voraz lo lleva a la hembra, al otro lado de ese bálsamo. Céfiro
– viento del Oeste – aura de los enamorados, desliza sobre la arena una
de sus alas para que el joven trepe y lo conduce al Olimpo.
En la caverna Hera baila, baila al ritmo de la lira, lejos de los ojos de Zeus. No admite el adulterio, no se lo perdona a su esposo, ni a nadie, pero el joven dios de los insectos, hermoso, fuerte, la hará caer por primera y única vez en él. Céfiro deposita al insecto a los pies de la diosa y con un dulce soplo la transforma. De su espalda salen dos pequeñas alas, su piel se torna oscura y sus piernas se multiplican para seguir la danza y el canto con un siseo anhelante para que con caricias la posea.